En un rincón del mundo vivía un anciano llamado Fondaren. Tenía un físico nada peculiar: ojos oscuros, piel pálida, labios secos y una mueca que simulada una sonrisa. El dulce sentido del aislamiento le había enseñado a manejar el tiempo a su antojo. Desenrollaba cada segundo como si fuera un antiguo telar, pasaba cada noche en un vaivén de ideas vívidas y sueños por cumplir, mantenía siempre los ojos bien abiertos hasta los albores del amanecer; pues no quería perderse un segundo del día.
Dedicó gran parte de su vida al arte de curar enfermos, y la magia de sanar a los desgraciados y aquejados. Con el pasar del tiempo fue convirtiéndose en un conocedor de la medicina, herbolario sumamente meticuloso y un extraordinario barbero. La dulce satisfacción del conocimiento normalmente era suficiente, pero había días donde el aburrimiento y la codicia lo llevaban a buscar algunos tontos para embaucar. Por suerte con un poco de paciencia siempre se puede encontrar un par de incautos que por causa del encanto de las palabras de Fondaren, terminaban comprando agua de anís para curar el mal de ojo, incluso los más crédulos llegaban a pagar un par de piezas de oro, simplemente por un frasco de ajo montés, el cual Fondaren aseguraba ayudaba a que los niños hablen más rápido. El hombre pasó años en ese ir y venir del carajo: estudiando, soñando, timando y creando, hasta que un día la vida lo. tomó por sorpresa, sin invitación y sin prisa la soledad entró por la cornisa, y empezó a acosar al ya cansado viejo.
Había pasado larga parte de su vida disfrutando la diversidad que lo rodeaba; indios, cholos, zambos, altos, pequeños, negros, blancos, rosados, verdes, amarillos…todo le parecía atractivo e interesante, sabía que detrás de cada rostro había una historia. Pero lastimosamente nadie se tomaba el tiempo en devolverle la mirada y escudriñar en los adentros del anciano. Todos los misterios tras sus marcadas arrugas eran invisibles para el ojo común. A pesar de su gusto latente por lo distinto, Fondaren nunca había amado nada ni a nadie. Pensaba que el proceso era inútil y una total pérdida de tiempo, incluso juzgaba de insensato el hecho de procrear. Pero ahora, al escribir las últimas líneas de su vida, temía morir solo, sin mujer, sin descendencia, sin nadie a quien acompañar ni por quien ser acompañado.
Las largas y esplendentes tardes de lectura y regocijo, lentamente habían cambiado por tardes negras de poca sobriedad y mucho vahído. Llegó una noche en donde la melancolía mezclada con el suave sabor de la freijoa fermentada en vino, provocaron en Fondaren delirios y alucinaciones terroríficas: gritos desgarradores tronaban de su pecho, eran lacerantes cantos de soledad, el ruido inundó toda la habitación, toda la cuadra, atestó cada esquina del cielo y cada grieta entrante al infierno, el mismo coro de ángeles acalló sus voces y arpas para escucharlo, y tal cuadro abominable de desidia terminó por conmoverlos. La infinita piedad de estos seres aliados no les permitió simplemente desconocer el espantoso escenario de Fondaren, por lo que presurosos organizaron una tertulia similar a la realizada en el último cenáculo de Jesús.
Llegó el amanecer y el frágil sol carmín de la mañana se mezclaba con el afinado sonido de aleteos parvos que marcaban la llegada de los celestiales, estos. aparecían lentamente de entre las nubes, luciendo monumentales alas blancas; cabelleras rojas flameantes, castañas lustrosas y doradas brillantes; vestían sublimes túnicas albas, adornadas con himationes rojos y azules; parecía que cada uno había sido creado a imagen y semejanza del amor hecho carne. Uno detrás de otro, en fila se formaron para escuchar las punzantes suplicas del anciano. Tal soledad y angustia eran suficiente razón para pensar en algún tipo de amnistía, pues Fondaren a pesar de cobarde y mentiroso, nunca dejó a ningún enfermo o necesitado sin su buen cuidado. Entregó su vida a sanar, razón por la que se había ganado la bondad del cielo.
Pensaron en emparejarlo con alguien en la tierra, pero nadie había logrado amarlo de verdad, el hombre se mostraba demasiado ermitaño e infrecuente para cualquier tipo de gente. Recapacitaron y decidieron que era mejor idea que uno de los. ángeles sea quien plantara amistad con el penoso anciano, sin duda una idea arriesgada y funesta, pero todos aceptaron la propuesta. El riesgo era muy alto por alegrarle la vida a un solo ser, por lo que resolvieron también, que los encuentros solo se podrían realizar dentro de los sueños del viejo, pues nadie había sufrido tanto o era lo suficientemente bueno como para tener el privilegio de ver a un ángel despierto. La primer utopía del anciano duraría un día completo, el segundo encuentro solo medio día y el tercero sería el último y duraría únicamente un par de minutos, después de la última cita ya no volvería a despertar. Morir mientras duermes, un placer inimaginado para un pobre abatanado.
La idea de bajar del firmamento y posarse en el sueño de un hombre enloqueció a todos en el cielo. Las más hermosas musas celestiales vistieron túnicas y vestidos brillantes que simulaban un cielo nocturno. Pero de entre lo bello destacó un ser diferente, que no solo era hermoso, también era un manojo de felicidad; un templo de paz, dulzura e inteligencia; un segundo de amor dentro de una vida entera sin agror, su nombre era Nebel.
La noche había llegado luego de un día de gimoteo, trabajo y refunfuño. Finalmente, Morfeo llegó y tomó al anciano para llevarlo dentro de un profundo sueño. En ese instante el ángel bajó del firmamento y apareció dentro de lo más profundo de los sueños de Fondaren. La imagen femenina y radiante tenía un par de ojos brillantes como el reflejo de la luna sobre un lago a media noche, sus labios enrojecidos con el tono de los cerezos en invierno, su cabello estaba ensortijado y esquivo como las olas del mar bravío. Divagaban cada uno en un punto del subconsciente hasta que terminaron por encontrarse en una esquina de la memoria, específicamente donde se cruzan los recuerdos nostálgicos de la infancia y el regodeo de la primera vez que arropado del fervor de una fogata vio el amanecer.
Fondarensolía mencionar que para los ojos indicados cada humano tiene una belleza única, que lo que nos hace diferentes también nos hace especiales, y al verla reafirmó su teoría, pues nunca había visto algo tan extraño y hermoso a la vez.
Nebeltenía prohibido encariñarse, solo debía presentarse como una compañía, simplemente como un alma que escuche y asista al anciano en sus últimas horas, pero el tiempo iba transcurriendo, y en la vida, la forma más fácil de enamorarse es compartiendo tiempo. Nebel no solo logró ver lo excéntrico y melancólico de Fondaren, pudo ver más allá y encontró a un hombre apacible, lleno de anécdotas e historias, un ser deseoso de vida, atiborrado de errores y virtudes, sencillamente un amasijo de luz y obscuridad. Ella inocente se perdía en su sonrisa y cada aventura dentro de sus sueños la enamoraba más y más. La imaginación de Fondaren era basta, podía creer un océano de estrellas; vestir a su ángel de blancas nubes, darle alas de oro, podía hacer lo que sea. El hombre añejo presentía que el sueño estaba cerca de terminar, por lo que incauto se sumergió en un rincón lleno de recuerdos, tomó los poemas más hermosos que había leído, y se los entregó, ambos se miraron temerosos como quien presiente el caos de una mala decisión: se tomaron de las manos, se miraron fijamente y se unieron en un beso que ella nunca debió dar, ni él recibir.
Al despertar, Nebel desde lo alto lo cuidaba, despejaba las nubes para que su rostro reluciera, para poder verlo detenidamente e imaginar otro beso.
Apenas empezaba a obscurecer, pero Fondaren ya no estaba en pie, se había acostado desde hace horas esperando dormir y poder ver a Nebel. Finalmente, la hora cero llegó, la luna estaba en su punto más alto del cielo y el sueño empezó. Las miradas con el ángel se cruzaron en otro costado del subconsciente, allí encendieron sus espíritus con otro beso y una caricia. Una jauría de lobos los enredó entre sus fauces, y aunque seres diferentes, enlazaron perfectamente.
Fondarentenía el alma destrozada, había conocido el amor y lo iba a perder. Sus clamores se escuchaban una vez más en todas partes, pero en esta ocasión ya nadie podía responder.
El último encuentro debía ser esa noche, pero él no lograba conciliar el sueño. Nebel rebelde y decidida bajó sin permiso del cielo. Abriendo sus alas y planeando entre las nubes fue en busca del soñador. En ese momento Fondaren escribía una carta y de repente sintió una brisa y el aroma a cerezos, el anciano volteó y asombrado vio que ella había llegado y llevaba las alas doradas que él le había imaginado. Soltó una lágrima, estaba nervioso, temblaba y creía que por fin había enloquecido. Con los ojos ajados se acercó a Nebel y le entregó su primera y última carta de amor:
“La luna me observa celosa cuando te espero dormido, la mañana es eterna cuando no estás conmigo, los días y horas ya no están tejidos, ahora están revueltos en tus manos amor mío. Tus alas me cobijarán del frío eterno, no sueltes ni una lágrima más, que ahora nos veremos en tus sueños”.
Fin.
Vivimos en un país lleno de diversidad, rodeados de raíces, costumbres y creencias distintas. No importa si tienes alas, pecas o marcas; tampoco si eres anciano, niño, hombre o mujer. Lo que nos hace diferentes nos vuelve únicos y ante los ojos ricos en variedad siempre seremos hermosos. Recuerda que la diversidad también es una muestra más de amor y respeto.